lunes, 17 de marzo de 2008


Cuando me miro al espejo me cuesta reconocer al ser que veo. Bien es cierto que el espejo está roído, pero no es excusa. Toda esta decadencia física y lo apagado de mis ojos bajunos, perdidos, casi bobinos, me sorprenden cada día, como un extraño que hubiera asaltado mi caravana al anochecer y poseído mis carnes. No soy yo, me digo, no puedo ser yo, mientras acaricio los surcos castigados y los castigo aún más con el deseo frustrado de volver a la tersura, los araño casi, borrando sus trazos con una goma inexistente que odia más que limpia, que fustiga con inquina, inmisericorde. No debería ser yo porque fuera de lo que mis ojos ven -Dios me castigue por esta imagen manida- yo soy un niño, sigo siendo un niño que piensa que tiene toda la vida por delante, que todo cambiará mañana, y que será mañana, tal vez pasado mañana, cuando el proyecto de hombre que construyo para mí, se haga realidad. Es al ver las fotos de la infancia cuando reconozco mi mirada, mis rasgos, la mano de una madre que nunca me soltó, los juegos, mi rostro ayer, momificado, sonriendo triste y asustado, pero con esperanza aún de no caerme, con el poder de una espada de plástico azul y puño blanco, bucanera y protectora, tan salvaje aún como mi piel virgen de espantos, tan rotunda y leal como falsa a la postre.
Trapecios, dentelladas y volteretas, heridas tan profundas que no sangran, las fieras que devoran, los veranos que no paran, los versos que no llegan, las miradas que no aguantan, los hedores que rechazas, la hombría que se acaba, las fotos que nos ciegan, la ginebra que me mata. Todo tan lejos de mí, de quien yo me siento, de quien yo proyecto, que me revuelvo sin fuerzas, como un gran león viejo para propinar mandobles, sin espada azul, y miserable de mi, sin tiempo.

Yo nunca tendré vejez, porque aún muerto, quizá ya, niño me siento.

lunes, 3 de marzo de 2008


El hombre de la pequeña droguería donde habitualmente compro el Fairy y el Pronto para el único mueble de contrachapado de madera que tengo en la roulotte, ya no me llama de usted. Os parecerá anecdótico, ridículo, pasado de moda, e incluso reaccionario. Puede que incluso se pueda pensar que después de tantos años (cuando estaba con Bárbara compraba suavizante Elena, para sus toallas) sería un uso normal el tuteo, son años de trato con el pequeño dependiente calvo, pero a mí, que haya dejado de llamarme Don Ángel, me duele profundamente. Ya sé que los usos van por ahí y que me trata de colega hasta el señor del banco telefónico, "tronco, te podemos dar un crédito personal al 30%" y demás, pero yo me lo he tomado a mal. No sólo porque me parezca mal como un reflejo más de la banalización a las que nos someten día a día, sino que creo que ya no me respeta. No soy ya un cliente distinguido, noto un cierto tufillo de cachondeo en la forma de dirigirse a mí, y ya no le parece un honor que el amo de las bestias, el súper hombre que sabía tratar a las mujeres, el verdadero precursor del ligre, compre enseres en su pequeña tienda de mierda. He perdido definitivamente el sitio.
A mí me parece que la vida es muy larga. No sé a qué viene toda esta cantinela de que la vida es un suspiro, que hay que aprovecharla, exprimirla a fondo y vivir como si cada jornada fuera la última. Me parecen pamplinas. La vida es larguísima y muy muy cansina, y es ahora cuando yo necesitaría que me llamaran de usted, no cuando las gachís me tiraban besos desde la acera de enfrente y los señores envidiaban mi porte, es ahora cuando necesitaría la veneración, no cuando podía meter la cabeza dentro de un león, y luego comerme un chuletón en el Asador Donostiarra, así como si nada. Es ahora cuando necesito la vida y no cuando la derrochaba como si no me fuera a abandonar nunca.
Sobre todo es duro comprobar hasta qué punto uno puede resistir. No quedan muchos ejemplares de hombre tan desechos como yo, tan físicamente miserables, que hayan estado tantas veces al borde de la muerte, y nada, que no haya manera de morirse. Tenía cierta gracia sobrevivir a 509 ataques furibundos de tigres, tigres, leones, leones (todos quieren ser los campeones) y algún jaguar, pero librarse también de dos comas (de los de verdad, los etílicos no los cuento), hemiplejias, encorbamientos, una chepa que me hace ir paralelo a la calzada, diarrea crónica, dificultad del habla, necrosis, una embolia por la presión de tantos años de mallas de licra sudada, el corazón roto, y de una ex mujer y dos hijos...de puta, eso ya no me hace reír.
Y si todo esto lo viviera desde una mansión en algún cantón suizo, o mirando al mar en Marbella, visitado por el espíritu dandi e incorruptible de Don Jaime de Mora y Aragón, con un gin tonic en la mano, sería aún soportable. Pero el gin tonic está en un vaso Duralex, mellado, y hoy tengo función con dos entradas vendidas ( unas amigas de mi madre que aún me ven con misericordia...¿o era condescendencia?) y no me visitan ni las sombras, y Bárbara cada vez se opera más, y todo va muy mal, muy mal, muy mal. Son tantas las veces que pienso que para mí sería más fácil morirse... Pero mi gran valor, el de toda la vida, no sirve para colgarme de un carromato en Leganés, para que encima las autoridades le pongan mi nombre a una calle de casas de protección oficial en un polígono de Parla, y esos hijos de puta educados en Boston, me lloren (ahora sí) diciendo que fui un gran padre. Yo necesito que me acaricien, y lo necesito ahora, necesito la grandeza ahora, y no cuando la podía despreciar. Necesito la vida ahora, y no hay nadie que me la quiera dar. No sé. Creo que no es mucho pedir un descuento en el Fairy, creo que no es mucho pedir que el pequeño dependiente calvo me mire con nostalgia, aunque sólo fuera porque he sido fiel a su pequeña tienda de mierda y no me he cambiado al Eroski, que me pilla más cerca. Creo que no es mucho pedir que me llame de usted. "Buenos días Don Ángel", "Adiós Don Ángel"... Creo que no es mucho pedir volver a vivir algo que haga que sonría. Creo.